lunes, 17 de marzo de 2008

La fiesta del buen Gusto

Ver, oler, gustar incluso acercar al oído a las
pequeñas burbujas de un vino espumoso que
cantan como el pan tostado cruje en la boca. En
la cata de vino hay una fiesta para los sentidos.
Y una celebración merece siempre la pena.
Los sentidos despiertan los sentimientos,
mueven las emociones y animan a la inteligencia.
Todo empezó probablemente, el día en el que
alguno de nuestros más remotos antepasados
-sin duda hambriento- bajó de los árboles,
intentó ponerse en pie para observar mejor la
sabana y -sintió- que el mundo estaba lleno de
frutos y manjares apetitosos. Así,
en un intento de sobrevivir, comenzó a caminar erguido,
facilitando el desarrollo de su celebro,
convirtiéndose en un animal evolucionado
que tenía una visión de mayor alcance,
las manos prensiles y hábiles, además de la
capacidad de hablar y de expresar sus sentimientos.
Y los dos primeros mensajes que debía comunicar a sus congéneres eran:
El deseo de amar y el gusto por comer, los instintos básicos que
le permitirían sobrevivir en la tierra. Pero no procrear y alimentarse
como las bestias, sino amar con ternura y comer con gusto,
como es propio de la inteligencia.

Faltaban miles de años para que el hombre
domesticase el fuego, descubriendo así la forma
de cocinar manjares, y desarrollando
otra revolución inteligente: la posibilidad de
ablandar las proteínas –técnica que reduciría
el tamaño de sus mandíbulas, permitiendo un mayor
desarrollo del celebro- y el rito social de comer
en torno a la hoguera, en vez de alimentarse a escondidas
y vergonzosamente como los carroñeros.

Necesitamos millones de años para evolucionar
como seres humanos, sin otra guía que nuestro gusto.
Luego ya todo fue más sencillo, porque aprendimos incluso
cuáles eran los alimentos que podíamos comer y cuáles eran
venenosos. Las religiones antiguas lo llamaban
-conocer la ciencia del árbol del bien y del mal-. Comer
un mal fruto podía costar la vida.

Está claro que degustar es sobrevivir. Y,
Desde Altamira a Lascaux, incluso las primeras manifestaciones
Del arte inteligente nos muestran escenas de caza
(el bisonte herido, el recolector de miel, el mago que conjura a los animales),
como si la primera preocupación de los chamanes hubiese consistido
fundamentalmente en pintar en las paredes de la cueva, un apetitoso menú.

Es muy probable que la inteligencia sea, sencillamente,
una expresión del buen gusto. Y catar serenamente los vinos,
como saber elegir la comida, es una vía de disfrute, de buen
gusto y de inteligencia. Sólo ciertos fanáticos y
puritanos deben pensar –sin argumentos
que les sostengan- lo contrario.

[…]


Parte del Texto de Mauricio Wiesenthal

Libro: La cata de vinos

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